jueves, 22 de noviembre de 2012

Montañas Simien



No merecen llamarse montañas, a lo sumo mesetas de 3.500 metros de altitud con montes de más de 4.000 metros que de repente caen en acantilados profundos. La travesía clásica bordea ese acantilado frente a una tierra asolada por la erosión.

No hay nieve ni glaciares, sino lomas herbosas, gargantas, cascadas y pueblos tradicionales. De soleados prados de trigo a acacias y warkas, de campos de habas y garbanzos a laderas frondosas de oleas, enebros y brezos, en los precipicios aloes en flor y en las alturas extraños paisajes verdiazulados de hierba con solitarias lobelias gigantes vigilándonos. Tampoco es difícil encontrar los animales de la zona, los accesibles babuinos gelada, los íbex de walia y el solitario lobo etíope.

Nuestro grupo se volvió místico a esta altitud, hipnotizado en silencio por la sobriedad de estas praderas, tan surrealistas como atrayentes, mientras seguimos los cambios de luz sobre ese paisaje, nos dejamos acariciar por las gramíneas y desconfiamos de las inquietantes lobelias.

El aire se hacía más ligero y nuestra respiración más densa, sobre todo al subir el pico Bwahit, de 4.430 metros. Al bajar vimos una carretera al lado del pico, lo que al fin y al cabo no le quitó mérito a la ascensión.

Paralelos al camino de los turistas, los habitantes hormiguean casi invisibles, viviendo en oscuras chozas cenicientas, ajenas al goteo de turistas que no se salen de su camino trazado.

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