domingo, 11 de noviembre de 2012

Estambul: Aya Sofia


De camino a Addis Abeba hice escala en Estambul: Aya Sofia era el objetivo. Recuerdo intensamente mi primera visita hace años.

De lejos parece un ovni o una montaña mágica, con esa gravedad tan compacta. De cerca es más contradictoria, tiene cierto aire industrial y casi chabolero, mezclando materiales y perspectivas confusas. Ese esplendor extraterrestre vuelve cuando camino hacia su interior, un espacio no imaginado que detiene la luz y el corazón, un inmenso pecho maternal que respira pausadamente, un vientre que acoge sin ahogar ni confundir con sus enormes dimensiones. Me gusta confirmar su poder e intensidad en la cara boquiabierta de los que entran por primera vez

Es tan irreal que nada es lo que parece, la iglesia es también mezquita, el suelo pierde su solidez y se convierte en estanque, los mosaicos del techo tienen textura de alfombras algodonosas, el espacio interior parece vacío y saturado a la vez, cambia de un sobrio blanco al mediodia a un dorado líquido al atardecer. Todo parece convivir con tranquilidad, dibujos cristianos y caligrafías islámicas. 

De camino al aeropuerto las llamadas de los muezzines me despedían y las hojas de otoño de los árboles evocaban el resplandor brillante y fragmentado de Aya Sofía. Mi avión bajará siguiendo el Nilo desde Estambul hasta Etiopia, el lugar donde este rio nace. Tenia sentido parar en Estambul.

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