lunes, 26 de noviembre de 2012

Lalibela



Una visita no basta para entender el sorprendente hormiguero de edificios, salas, cuevas y túneles de sus iglesias excavadas, la perplejidad de sus espacios, de su construcción, de esa luz densa y huidiza, el sentido de estos búnkers de 800 años de antigüedad, cofres fuertes donde la divinidad se refugia.

Las iglesias de Lalibela son supervivientes capaces de mutar según las horas del día. Al amanecer la liturgia llena estos templos de fieles y de cánticos suaves y monótonos, los templos respiran devoción e intimidad familiar. A esa hora la roca es un espacio vivo, una enorme serpiente sagrada que repta dentro de la piedra, un telúrico sistema digestivo que engulle creyentes para parirlos limpios y redimidos.

Durante el resto del día los fugaces turistas visitamos este sorprendente laberinto como ratones inquietos y algo asustados. Si de madrugada los rezos empapan la roca, por la tarde es la estética la que hace vibrar este lugar, y las iglesias simulan estar detenidas en el tiempo, se muestran dignamente fotogénicas posando con rigidez de museo, enseñando con cierto pudor sus venerables arrugas, el esplendor arcaico y algo cansado de su arte.

El sol entra en pasadizos y cuevas jugando a esconderse por un momento en las cámaras acorazadas, y los turistas, armados con cámaras creemos apoderarnos de esa luz que sigue volando libre por Lalibela.

2 comentarios:

  1. Fantástica descripción? Llegaste a asistir a una misa?

    ResponderEliminar
  2. Gracias! Sí pero siempre desde fuera, estaban abarrotadas! Un día asistí a una celebración maravillosa, llena de cánticos y bailes frenéticos. Pasmosa esa fe! Así yo también aguanto misas!

    ResponderEliminar