lunes, 29 de noviembre de 2010

Medellín II


De nuevo locura urbana. Día de visita al Jardín Botánico, a un cementerio céntrico, a las calles comerciales y al cerro Cutibara. Pero lo mejor vino por la noche, por fin pude salir de marcha!.

Lo hice con Augusto, argentino de 30 años, recién despedido del trabajo y aprovechando para viajar desde Venezuela hasta su país bajando por la Panamericana. Fue divertido vivir la noche. Primero cenar con mariachis ambulantes en una terraza, y luego rumbear por la zona de la 70. A la entrada del bar nos registraron, no se permitía la entrada con armas. Un consuelo. La música no podía ser otra: salsa, cumbia y vallenato. La bebida es aguardiente en combinado y con mucho hielo. La forma de relacionarse es diferente, más directa y sin apenas conversación mientras bailan, concentrados en acoplar sus cuerpos con el ritmo, el volumen de la música tampoco ayuda a conversar. La iniciativa la tiene el hombre, así que las mujeres esperan a ser elegidas. Algún dia cambiará, y entonces podemos prepararnos.


A veces viajar no significa descubrir un país, sino buscar un paraíso personal soñado: la aventura de entrar en zonas vírgenes, la sensación de ser pionero (o misionero), cortejar mujeres exóticas y sensuales, (la larga sombra del colonialismo agazapada en nuestra cultura). "Quiero tener sexo con una colombinana antes de irme", me decía Augusto con cierta inquietud, porque era su última noche en Colombia. ¿Hay un modo nacional de tener sexo? La nación, ese invento reciente, ¿marca tanto como para definir nuestra forma de relacionarnos en la cama? ¿Esto explicaría el turismo sexual? Augusto no pudo cumplir ese sueño, los colombianos se relaciona más bailando que hablando. Y él es argentino.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Medellín

Llegar por la noche a esta ciudad es un regalo. Laderas de un valle llenas de luces, un manto de luciérnagas naranja abrazando la noche. Por el día la ciudad vanidosa y autoconsciente acelera el paso, contaminando y consumiendo. No encuentro ni sombra del tópico de violencia de hace años, Medellín recuerda a Barcelona, ciudad cool, con buen clima, hedonista, cultural y negociante que se convence a sí misma de su esencia emprendedora y de impulsar una sociedad cívica y participativa a base de consignas. Es ambigua esta actitud, energética pero también un punto orweliano de mundo feliz.

Sus museos son interesantes, pero no tanto como las calles bulliciosas. Obras de Botero eran observadas por Boteros reales y de improviso un Miquel Barceló me conectó África con Europa desde América. Las iglesias estaban abarrotadas a cualquier hora, con un fervor inusitado. La ciudad se mira complacida desde los brillantes teleféricos, la activa Biblioteca de España es un alienígena arquitectónico que funciona en medio de un barrio pobre. Niños jugando alrededor de militares armados.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Manizales



Una montaña cubierta por una ciudad, desparramada en laderas y torrentes a dos mil metros de altura. La principal razón para venir aquí es el ascenso al Nevado del Ruiz, pero con el mal tiempo sólo quedaba curiosear por sus cuestas, tiendas e iglesias, dos en concreto me llamaron la atención, una de cemento, fría como un bunker, y la otra de madera, cálida y acogedora como un barco. La zona turística se mantiene limpiamente aislada de la vida corriente, y su mercado, demasiado orgánico, se oculta en un barrio cercano pero invisible.


Aproveché para visitar un parque temático natural marcado, controlado, y facilitado para un acercamiento divulgativo general: nada de esfuerzo, ni riesgo. Gracias a la lluvia me pareció más salvaje, a pesar del pavimento del sendero. Las orquídeas fueron las grandes protagonistas, explosión sexual permitida.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Pereira

La guía dice que esta ciudad del eje cafetero no tiene interés turístico. Esa es su salvación. Pereira se mantiene efervescente y salvaje, sin tener que fingir ante las visitas. Mercadillos oscuros, vendedores de milagros, jugadores de ajedrez, curanderos, abuelos limpiabotas, mujeres rezando el rosario con escotes vertiginosos, top mantas ocupando todas las calles. Frases antológicas como "Bienvenido, pero sin chismes" o "Este negocio es de Dios, yo se lo administro".
Su catedral me dejó sin aliento, aérea, boscosa, industrial. De planta románica pero con una estructura ingeniera y construída con materiales orgánicos: madera! Sorprendente combinación de conceptos.

Ps: Ayer, volviendo al hotel, me encontré a Patrick, el irlandés de la excursión, en un bar de la plaza, aferrado a una cerveza en compañía de dos gays que me invitaron a tomar aguardiente. No sé cómo acabó, yo me escapé en cuanto acabé el trago.

martes, 23 de noviembre de 2010

Valle de Cocora

Excursión por torrentes, vadeando ríos, sorteando barro y alucinando con los colibrís. El paisaje es espectral y cambiante por la niebla que rodea sus enormes palmeras fantasmales. El verde eléctrico y vibrante de la hierba aumenta la sensación de irrealidad.

Me ha acompañado Patrick, viajero irlandés alto y desgarbado, lleno de historias divertidas y rabia por sus políticos. El campesino Ómar nos recibió en el porche de su granja con un chocolate caliente y queso, y me contó sus experiencias en Cataluña. Su hija sigue allí, él no soportó tanta soledad. De vuelta al pueblo más viajeros que encontramos en la excursión compartimos comida y experiencias. Yo era quien viajaba menos tiempo. "Algo estás haciendo mal", dijeron.
Al atardecer un hábil domador de caballos hacía filigranas sobre un brioso potro negro. Le llevó cinco meses dominarlo. Ojalá fuera tan fácil dominar otras naturalezas personales. Acabé en el Bar Danubio, todo hombres, una barra, billares y jugadores de cartas que susurraban rancheras de amor. Baladas como único modo de acercarse a las mujeres, o quizás para alejarse de ellas.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Cali

Cali por el día es un poco menos amenazante que de noche y mucho más orgánica. Buscando iglesias acabé en un mercado con frutas, menaje, zapatos, adornos de navidad y sanadores. Entre hierbas, pócimas y cabezas jíbaras reducidas estaba la señora Salvadora, quien me conjuró collares para traer buen fario con líquidos de plantas, gestos rituales y su propio aliento. Las iglesias, donde seguían insistiendo en la obediencia, la sumisión y el pecado de estar vivos, me parecieron menos vivas.

Salí pronto de Cali para Armenia y de allí a Salento, un lugar turístico de montaña atestado de turistas locales de fin de semana. En la plaza de este pueblo he cenado trucha y patacón, frente a un guarda de seguridad con un parche en el ojo, polillas brillantes y cocineras cantando rancheras.

Estoy fascinado por la vida y costumbres de las pulgas. No entiendo cómo la que se ha encaprichado de mí es capaz de seguirme en mi frenético viaje, ni sus horarios alimenticios. Inevitable sentirme identificado con las tallas de cristos caídos y carcomidos de las iglesias coloniales.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Tierradentro - Inzan - Popayán - Cali


El mercado de Inzán, colgado sobre una ladera en medio de montañas poco accesibles, no es gran cosa, pero reúne a campesinos de alrededor, lo que es impagable: indios, mulatos, indígenas buscando herramientas o trayendo sus productos. Van y vuelven cargados sobre las "chivas", camiones enormes pintados de colores. Exotismo puro y cotidiano. Me ofrecieron frutas tropicales, libros de magia negra, panes de yuca y maíz, truchas para mejorar la vista, botas de plástico para los charcos.


Popayán fue una parada breve tras una carretera tan bonita como peligrosa. Visité sus calles blancas y enrejadas como en Andalucía, sus iglesias llenas de dolor y sangre, y sus pequeños museos, como el de Historia Natural, con vitrinas de animales disecados, fascinante quietud reseca rellena de serrín, algo carcomida y de brillo acartonado, el sueño decimonónico de la clasificación y el control de la naturaleza.


Llegué a Cali de noche, cuando es más amenazante. He dado una pequeña vuelta por una zona de marcha pija, sólo he visto poses clasistas y camaradería de clase. Me recordó el museo de horas antes. Hay algo de taxidermia en esta fauna, un punto de artificio, aislados, estéticamente colocados y repeinados. No negaré la belleza legendaria de las caleñas, pero su altanería e inmovilidad barnizada no les favorece.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Tierradentro

Necesitaba parar un poco, tomar cotidianeidad y aquí lo he conseguido. Hoy había mercado en San Andrés, 10 puestos literales con cosas básicas, pero con toda la gente del pueblo alrededor, hablé con todo el que se puso a tiro, todos tenían algo que contarme o preguntarme. Desayuné un contundente tamal (arroz y patata con pollo cocidos en una hoja de palma) y una empanada de crujiente masa de maíz y me puse en camino por un sendero brumoso hacia Santa Rosa, un pueblo Paez anodino y aislado. Encontré niños sonrientes, otros pasmados, gallinazas (entre buitre y urraca), caballos, ranas, barrancos, cafetales y platanales.
De vuelta visité los hipogeos precolombinos más espectaculares, sobre lomas y en forma de choza
con pinturas. Impresionante bajar a ellas por escaleras de caracol talladas en la roca, la soledad húmeda en esas tumbas tan acogedoras. Una fuerza telúrica sobria poco colombiana.
A la tarde había un "evento cultural" en San Andrés organizado por el colegio. Consistió básicamente en nacionalismo (bailes regionales, artesanía, comida) y capitalismo hedonista (pase de modelos de una tienda local). El signo de los tiempos. Los perros que paseaban entre los esforzados modelos locales, asustados y sin entender nada, me pusieron los pies en el suelo.

viernes, 19 de noviembre de 2010

San Agustín - Tierradentro

Lo conseguí, estoy en Tierradentro tras batir mi récord: cuatro transportes y 10 horas para recorrer 280 kilómetros entre montañas. Las carreteras estaban cortadas con desprendimientos por las lluvias. Además hubo tres paradas indefinidas, en Pitalito, en Garzón y en La Plata, sin saber si tendría que dormir en algún cuchitril local, esperando. Un pulso a la impaciencia y la fatalidad. No me aburrí, en dos taxis compartidos que tomé estuve rodeado de mujeres: indias, mestizas, criollas, con hijos, con nietos, gordas, muy gordas, discretas, agotadoras, tuve de todo. Las mejores las abuelas, libres de la necesidad de coquetear.

Tierradentro está entre montañas y es conocido por sus tumbas subterráneas de casi 2000 años. Su naturaleza no es tan espectacular, pero se combinan bien naturaleza y cultura, en un circuito de 5 horas de caminata por las montañas. Además hay cerca asentamientos de indígenas Páez, con sus bombines, ponchos, faldas de azul eléctrico y botas. Sorprendentes!
Es un entorno muy rural que saca dinero extra con el turismo: Ayer cené en mi "hotel" viendo a los niños en pijama dando las buenas noches a la familia. Hoy he despertado frente a un bosque florido de bambú y con mordiscos de pulga y mosquito. Ahora estoy en un "ciber": es el ordenador de la familia en el salón de su casa particular: tengo a la abuela detras viendo la tele, a los niños al lado haciendo los deberes y a la madre haciendo la cena en la mesa del salón. Los bebés lloran y me miran desconsolados. Y fuera llueve y truena tanto que dan ganas de quedarse a cenar.
Cualquiera pensaría que es una necedaz no salir mañana viernes para Cali, y aprovechar el fin de semana donde están los mejores lugares para la juerga, dicen. Yo creo que me quedaré por aquí hasta el sábado, que hay mercado.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Bogotá - San Agustin

A menudo las capitales a las que solemos llegar a un nuevo país actúan como vacunas para el resto del territorio. En cuanto salí de Bogotá recuperé el sabor del viaje. Para la lluvia compré un enorme paraguas que me sirve de bastón. Para el miedo, he aprendido a ver como señal de seguridad la frecuente presencia armada y ya interpreto la actitud protectora de los colombianos como una forma de intentar borrar la imagen de peligro asociada al país durante años.

Decidí seguir la ruta sur, más discreta y solitaria que el espectacular norte (Cartagena, Tayrona, Ciudad Perdida). Había olvidado ya el extraño placer de estar 12 horas en tres autobuses con música a tope para recorrer 530 km de camino a veces tortuoso y otras frenético, con dolor de rodillas y todos los esfínteres debidamente cerrados. Pasar poblaciones con sus mercadillos, bares de carretera, vendedores ambulantes de productos locales, controles militares, moteles para parejas, entierros con mariachis (está de moda, me decían). Iba al desierto andino de Tatacoa, pero a mitad de camino decidí pasar de largo y seguir hasta San Agustín, una zona arqueológica en los Andes orientales, cerca de Ecuador. Llegar de noche con el cuerpo desencajado, con ganas de nada y de todo: comer, beber, dormir.
San Agustín es una comunidad rural cafetera ocupada por el turismo de fin de semana. Fue dulce despertar aquí y arreglar cosas de intendencia tratando con su población, siempre amable, algo desconfiada y poco dotada para explicar direcciones. El Parque Arqueológico me provocó estrabismo, un ojo admirando las tallas de hombres-leopardo y el otro sobrecogido por una jungla espesa que lo acoge, con tecas, palmeras, helechos arborescentes, lianas, flores sorprendentes y muchas otras que no conocía. Las texturas y colores de su vegetación deja un poco perdido, sin saber asimilarla. La experiencia de la lluvia en la jungla hay que vivirla. De vuelta en el pueblo comí en una casa familiar, rodeado de mujeres de todas las edades hipnotizadas por un culebrón previsible.
La tarde pasó esperando un bus local que llegó lleno de campesinos, niños, abuelas y sacos, sin un hueco para un turista. Me eché a andar sin rumbo fijo, saliendo del pueblo. Un vendedor de esmeraldas me proporcionó un guía de 13 años para visitar bajorrelieves en la garganta del Río Magdalena. Un guía sirve sobre todo para ver el país a través de sus ojos, así que no paré de preguntarle cosas mientras andábamos por barro hacia un paisaje espectacular de laderas cubiertas de cascadas. Volví al atardecer de cielo despejado, custodiado por los perros del barrio y algún carromato.

Hoy caeré en la cama muerto. Mañana me esperan varios buses hasta llegar a Tierradentro (eso confío!)

lunes, 15 de noviembre de 2010

Bogotá III

Domingo nublado en Bogotá, adaptándome al nuevo horario y al país. Ya no me choca tanto desayunar delicioso chocolate caliente con huevos revueltos y brioche.
Visito iglesias, algunas vanidosas, otras hermosísimas, sobrias y apasionadas, creando extrañas culturas de interesecciones entre el viejo y el nuevo mundo. Cuadros atormentados donde sólo hay infierno, otros recuerdan a Caravaggio, Latour o Velázquez. Celosías marcando diferencias.
La calle 7 está tomada por los ciclistas y patinadores, una sociedad que insiste en participar cuando le dan ocasión.
El Museo del Oro va más allá del valor de este metal y descubre maestría y cosmogonías locales, animales y las geometrías en oro. Los objetos de poder, siempre tan prepotentes, planos y evidentes, fueron los más aburridos. Las salas seguían llenas de bogotanos curiosos.
Mercadillos dominicales bajo una persistente lluvia, unos más populares, otros más cuidadosos. Apenas ví diferencias en un rastro español. La globalización?
Gastronómicamente mi anfitrión me ha hecho disfrutar de un menú vegetariano y me ha descubierto la guanabana, una enorme chirimoya con un punto de sabor a pegamento, lechosa y cítrica. Deliciosa.
Y la gran estrella: El festival de la chicha, entre los barrios de la Macarena y la Perseverancia. La chicha es una bebida popular de maíz fermentado, muy nutritiva y con unos 4 grados. Su textura es de crema espesa, con un color dorado o incluso tostado y un olor ácido fermentado y sabor algo dulce de maíz y trigo tostado, con acidez y algo de burbuja en boca. Es muy fácil de beber y de emborracharse con ella. Nadie la comercializa industrialmente, y era tan barata que la llegaron a prohibir porque le hacía competencia a la cerveza. La fiesta estaba llena de gente sencilla reunida, bailando, bebiendo y compartiendo. De nuevo he sido testigo de la hospitalidad colombiana hasta que la lluvia me echó de nuevo.
Mañana dejo Bogotá y aún no sé hacia dónde iré, sur o norte, depende del tiempo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Bogotá II

De día Bogotá asusta menos. Hay un ambiente fértil (humedad, verdor fascinante y desconocido, parejas apasionadas en público) y también opresivo (pobreza, policía ubicua muy visible). La ciudad se divide básicamente en zonas seguras y no seguras. Todos la perciben así, imposible no entrar en ese juego algo siniestro. En Colombia la alegría y el miedo son especialmente contagiosos.

Subo al mirador de Monserrate. Mirando desde arriba la ciudad fundada por los conquistadores soy consciente del uso de la ciudad como instrumento de control social.

Quedo con amigos colombianos, tan amables. Me enseñan la Bogotá familiar, de restaurantes cómodos y generosos, de centros comerciales fáciles y ordenados, de jugueterías coloristas.

Su hijo Juan fue la estrella brillante y discreta, de profundos ojos negros y de alegría tranquila. Juan es empático, asertivo, cariñoso y casi un chamán. Una vez le dijo a su madre: "vosotros no me trajisteis, yo os elegí". Y también "tú eres la diosa águila que me enseñó a volar". Con 6 años de edad.

De noche paseé por una Candelaria extrañamente solitaria, las basuras estaban desparramadas por las calles, los pobres eran los responsables de ese desorden, hurgaban en ellas para obtener su oro reciclable: latas, botellas, chapas, alguna ropa, un bocado. Quizás no tuvieron una diosa águila como el niño Juan.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Bogotá I

Siempre ocurre igual, después del viaje llego muerto a la habitación y un resorte interno termina haciéndome salir para darle un tiento a la nueva ciudad anochecida.

He visto el Septimazo, actividad participativa en la calle 7a, desde vender artesanía, pasando por comida rápida, hasta actuaciones de malabares o de grupos de música. Toda la calle llena de ganas de vivir.

Me sorprendió mucha policía, pintadas revolucionarias (por qué en América parece tan posible la utopía?), tres jóvenes en medio de la calle golpeando a otro haciendo ruidos sordos, dos borrachos jugando a ajedrez...

Estoy en Alterego Hostel, estratégicamente situado en el barrio colonial de la Candelaria, nada del otro mundo pero muy atentos, cama por 9 euros.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Colombia 2010: Preparativos

Un viaje supone romper con lo cotidiano,
aunque nuestra sociedad insista en integrar el viaje
como algo normal y parte de nuestra vida.

Esta vez no quería irme de viaje.
Estamos obligados a viajar?
Quizás lo revolucionario ahora sea parar.

Por qué Colombia?
porque es un destino poco turístico,
cálido por la gente y por el clima,
con naturaleza y cultura interesantes.
Tengo mucha curiosidad.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El Prado, BSO

Visito herido el Prado. Busco al Greco y el último Goya.
Rehúyo al liviano Velázquez y su dolorosa perfección,
pura falsedad.

Por primera vez observo estos cuadros con música.
Dominique A, Massive Attack y Velvet Underground,
embutiéndome en la piel de esos santos, brujas y sombras.