domingo, 18 de noviembre de 2012

Debark



Parece un polvoriento decorado para un western a 3.000 metros de altitud, apenas abastecido y poco acogedor donde el turista es siempre forastero porque no pasará más de una noche aquí. El único aliciente es organizar la clásica travesía por el Parque de las Montañas Simien.

No había visto tanto dinero en Etiopía como en la Oficina del Parque. Me pregunto dónde irán tantos fajos de billetes y si esta población abandonada recibirá algo. Todos miran al turista como si fuera oro blanco, desde los niños de la calle hasta los representantes de las agencias de viajes. Todos te siguen y te ofrecen algo, todos saben que eres rico y que tienes un oculto complejo de culpa por su pobreza.

Los coches climatizados pasan impúdicos levantando polvo mientras en las cunetas los niños saludan esperando las migajas. Nosotros vamos a pie, con tiempo de estrecharles la mano y devolverles la sonrisa. Una vez se me ocurrió darles una galleta, acabaron peleándose por ella. No sé si lo hacían por hambre o por curiosidad, pero acabé entregándoselas todas.



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