miércoles, 28 de noviembre de 2012

Harar



Las antiguas postales de los exploradores suelen marcar mis expectativas sin pensar que el futuro a veces se nos adelanta con su rastro de plásticos y teléfonos móviles. Harar no era lo que imaginé y a la vez fue un cúmulo de déjà-vus (Zanzíbar, Ghardaia, Chaouen). A pesar de todo, el mito sigue recostado en esta ciudad amurallada.

Las calles son un laberinto fractal con paredes que reflejan mágicamente la luz, vibrando de repente como caminos desérticos, a veces como valles acuáticos o incluso como relámpagos deslumbrantes. Allí los puestos de verduras se expanden por el suelo, las mujeres se deslizan discretas y los niños huyen de la privacidad de sus casas.

Tan cerca de Somalia y del Mar Rojo, el carácter debía ser diferente. La gente parece más viva, pero también más distante, es más difícil entrar en intimidad, el extranjero está cosificado y los niños acaban siendo más agresivos hacia él, gritándole cansinamente “faranji” y hurgando en sus cosas sin respeto.

El qat (léase “chat”) es la reina indiscutible de Harar, esta hoja ligeramente psicotrópica está muy presente en la vida de la ciudad, moviendo personas y negocios. Su consumo es una ceremonia social, más por sus efectos que por su sabor vegetal con un punto tánico y astringente. Lo que más me gustó del qat fueron sus vendedoras nocturnas, luciérnagas iluminando sus productos a cualquier hora para el adicto comprador. 

martes, 27 de noviembre de 2012

Lalibela y alrededores



Quisimos observar la vida cotidiana que corretea fuera de las iglesias, escondida en la penumbra de las chozas donde se comparte tej ahumado, por los descampados donde los adolescentes luchan parodiando películas indias entre cabras y acacias, o en las escuelas religiosas donde los niños memorizan rezos con ritmos pigmeos.

El sábado hay un orgánico mercado muy concurrido por campesinos de otros pueblos, tímidos y desconfiados, sorprendidos por mi curiosidad. El latir del mercado es tan brioso que puede agobiar y provocar la habitual retirada del turista. Nosotros optamos por sentarnos junto al puesto de una elegante y avispada señora mayor. Empezó así una inspección mutua que acabó en asimilación, ella fue nuestro camuflaje para observar sus transacciones, conocer los precios reales, entender sus complejos peinados, comparar los trajes decorados con botones y dar tiempo a que la vida se asomara con su lenta cadencia.

Una sencilla excursión por los alrededores nos alejó aún más de la vorágine turística. Nos dejamos acompañar por colegiales vestidos con uniformes mil veces remendados, saludamos a campesinos que segaban y a trabajadores que paraban para comer, sonreímos desarmados a las abuelas que nos aconsejaban cosas indescifrables, descansamos bajo árboles de enormes sombras marinas y jugamos con los niños, siempre alrededor, sonrientes, dispuestos, sorprendidos. 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Lalibela



Una visita no basta para entender el sorprendente hormiguero de edificios, salas, cuevas y túneles de sus iglesias excavadas, la perplejidad de sus espacios, de su construcción, de esa luz densa y huidiza, el sentido de estos búnkers de 800 años de antigüedad, cofres fuertes donde la divinidad se refugia.

Las iglesias de Lalibela son supervivientes capaces de mutar según las horas del día. Al amanecer la liturgia llena estos templos de fieles y de cánticos suaves y monótonos, los templos respiran devoción e intimidad familiar. A esa hora la roca es un espacio vivo, una enorme serpiente sagrada que repta dentro de la piedra, un telúrico sistema digestivo que engulle creyentes para parirlos limpios y redimidos.

Durante el resto del día los fugaces turistas visitamos este sorprendente laberinto como ratones inquietos y algo asustados. Si de madrugada los rezos empapan la roca, por la tarde es la estética la que hace vibrar este lugar, y las iglesias simulan estar detenidas en el tiempo, se muestran dignamente fotogénicas posando con rigidez de museo, enseñando con cierto pudor sus venerables arrugas, el esplendor arcaico y algo cansado de su arte.

El sol entra en pasadizos y cuevas jugando a esconderse por un momento en las cámaras acorazadas, y los turistas, armados con cámaras creemos apoderarnos de esa luz que sigue volando libre por Lalibela.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Montañas Simien: datos prácticos



Espero que esto ayude a la escasa información en la red.

Hay muchas opciones para hacer la ruta tradicional Debark – Sankaber – Guich – Chennek, dependiendo de si usáis vehículo o no y en qué trayectos. Nosotros hicimos la ida a pie y volvimos en vehículo desde Chennek por falta de tiempo. Fueron 4 dias distribuidos así:
1-    Debark - Sankaber
2-    Sankaber - Guich
3-    Guich - Inatye - Chennek
4-   Subida al Monte Bwahit (4.430) y vuelta Chennek – Debark en vehículo, llegamos con tiempo para volver a Gondar (dos horas de camino).
Necesitaréis un día previo para llegar y por la tarde organizarlo todo. Los precios por agencia eran muy variables dependiendo del transporte, pero rondan los 300 euros por persona todo. Nosotros lo organizamos por nuestra cuenta (4 personas) y nos salió por unos 100 euros. Lo más caro es el transporte dentro del parque (30 euros por persona ir de Chennek a Debark). Ir solo incrementa también mucho los gastos. Desde Chennek se puede continuar hasta el Ras Dashen, el pico más alto de Etiopía. 

Alojamiento y comida:
La mayoría de los viajeros alquilan y llevan todo con ellos, tienda, comida, cocinero, porteador, etc, es lo que aconsejan todas las guías. Nosotros decidimos ir con mochila ligera y dormir en refugios, corriendo el riesgo de no tener sitio (no sé si se puede reservar). 
En Sankaber, Guich y Chennek hay refugios de pago muy básicos (es África), son camas con mantas y sábanas, sólo necesitamos saco sábana. También proporcionan comida excepto en Sankaber, así que  llevamos la cena el primer día y algo de picnic para las comidas de los cuatro días. Es muy aconsejable llevar pastillas potabilizadoras para agua.


Dificultad técnica:
Ninguna, aquí no se hace alta montaña, sino senderismo de alta cota, el único material necesario es abrigo (por la noche llega a cero grados) y buenas botas. El camino es claro y sencillo, y el scout lo conoce muy bien, sólo hay que seguirle. Las jornadas suelen ser entre 6 y 8 horas de marcha con paradas. No sé el desnivel acumulado exacto, pero alrededor de unos mil metros cada día (se sube y se baja constantemente). El desafío real es el mal de altura.

Guías:
El scout es obligatorio (normas del Parque) y suficiente para la travesía. Es conveniente un guía si queréis saber algo más sobre el territorio que visitáis, yo lo eché de menos por la botánica.

Un último comentario: si está nublado (habitual en verano) tened en cuenta que no tendréis las vistas espectaculares y defraudará, será como andar por un campo cualquiera.


Niños de Simien II








Y dos vídeos, un campesino y un trovador

jueves, 22 de noviembre de 2012

Los niños de Simién



Estaban por todos lados, solos o en bandadas harapientas, atentos al maná del turista, intentando recoger un poco del polvo dorado que desprendemos los occidentales. Niños campesinos, trovadores, vendedores de artesanía, pastores buscando una moneda, un lápiz, cualquier cosa, pero ese pragmatismo adulto que la vida les ha impuesto aún es un fino barniz que se vuela con una sonrisa.

Quizás los niños africanos son así de cercanos o quizás sus mayores no tienen tiempo para ellos, agobiados por una vida precaria. Yo sí tenía tiempo y ganas de ser como ellos. En cada encuentro jugamos y reímos sin hablar, ellos se sorprendían con todo y yo me sorprendía de ellos, todo lo que les ofrecía les gustaba, ya fuera un mapa viejo o una bolsa de papel. Quizás tan sólo querían atención por un momento o simplemente salir de la monotonía lunar de ese páramo verdiazulado.

Una tarde desde el refugio subí mi primer 3.900 para ver el atardecer. Un grupo de pastorcillos nos esperaba en el peñasco, todos polvorientos, ajados y felices por tener visita. Nos enseñaron a usar sus látigos y hondas, hurgaron en nuestros bolsillos y entre risas les zarandeamos a todos menos a una niña que permanecía ajena, acurrucada en una roca. La nostalgia es extraña en los niños, cuando aún apenas tienen pasado.

Me acerqué a ella, era un ovillo inmóvil de telas rotas y tristeza. Me atreví a tomar un momento sus manos para calentarlas, ella ni sonrió, hizo una mueca de agradecimiento, entendí esa nostalgia de un futuro que no tendrá. Fue el momento más duro e impotente de mi viaje y quizás de todo este año triste. Aún siento el frío de aquellas manitas.

Montañas Simien



No merecen llamarse montañas, a lo sumo mesetas de 3.500 metros de altitud con montes de más de 4.000 metros que de repente caen en acantilados profundos. La travesía clásica bordea ese acantilado frente a una tierra asolada por la erosión.

No hay nieve ni glaciares, sino lomas herbosas, gargantas, cascadas y pueblos tradicionales. De soleados prados de trigo a acacias y warkas, de campos de habas y garbanzos a laderas frondosas de oleas, enebros y brezos, en los precipicios aloes en flor y en las alturas extraños paisajes verdiazulados de hierba con solitarias lobelias gigantes vigilándonos. Tampoco es difícil encontrar los animales de la zona, los accesibles babuinos gelada, los íbex de walia y el solitario lobo etíope.

Nuestro grupo se volvió místico a esta altitud, hipnotizado en silencio por la sobriedad de estas praderas, tan surrealistas como atrayentes, mientras seguimos los cambios de luz sobre ese paisaje, nos dejamos acariciar por las gramíneas y desconfiamos de las inquietantes lobelias.

El aire se hacía más ligero y nuestra respiración más densa, sobre todo al subir el pico Bwahit, de 4.430 metros. Al bajar vimos una carretera al lado del pico, lo que al fin y al cabo no le quitó mérito a la ascensión.

Paralelos al camino de los turistas, los habitantes hormiguean casi invisibles, viviendo en oscuras chozas cenicientas, ajenas al goteo de turistas que no se salen de su camino trazado.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Debark



Parece un polvoriento decorado para un western a 3.000 metros de altitud, apenas abastecido y poco acogedor donde el turista es siempre forastero porque no pasará más de una noche aquí. El único aliciente es organizar la clásica travesía por el Parque de las Montañas Simien.

No había visto tanto dinero en Etiopía como en la Oficina del Parque. Me pregunto dónde irán tantos fajos de billetes y si esta población abandonada recibirá algo. Todos miran al turista como si fuera oro blanco, desde los niños de la calle hasta los representantes de las agencias de viajes. Todos te siguen y te ofrecen algo, todos saben que eres rico y que tienes un oculto complejo de culpa por su pobreza.

Los coches climatizados pasan impúdicos levantando polvo mientras en las cunetas los niños saludan esperando las migajas. Nosotros vamos a pie, con tiempo de estrecharles la mano y devolverles la sonrisa. Una vez se me ocurrió darles una galleta, acabaron peleándose por ella. No sé si lo hacían por hambre o por curiosidad, pero acabé entregándoselas todas.



sábado, 17 de noviembre de 2012

Gondar



Etiopía me enfrentó sutilmente a la idea de África y hurgó en la frontera de los prejuicios. No esperaba encontrar castillos en un país negro, esos palacios como cadáveres de ballenas varadas en las lomas arboladas de Gondar, sin saber muy bien cómo llegaron aquí. 


Debre Mariam me decepcionó al principio, con esa pinta de establo descuidado. Al entrar entendí por qué es la iglesia más bonita de Góndar. Las pinturas cubren todas sus paredes sin agobiar, más bien arropan al fiel, tanto estética como emocionalmente. Sus dibujos son simples pero llenos de sentido, tan cercanos que parecen hablar de nosotros, y a la vez tienen una religiosidad ruda, básica y directa. Al salir sentí la iglesia de otro modo, esa áspera sobriedad de piedra y cañas tenían un sentido espiritual y una humilde coherencia que las iglesias europeas desconocen, la fortaleza de la austeridad y de la conexión con el entorno.


El domingo me levanté pronto para asistir a la liturgia etíope. No fue difícil desperezarse, a las seis de la mañana la ciudad vibraba con los trinos de los pájaros, los cánticos de las iglesias y la luz brumosa del amanecer. Los fieles, cubiertos con un largo velo blanco, ocupaban los alrededores de la iglesia hasta sus muros y rezaban en soledad. Todo quedó detenido durante las dos horas de la misa. La religión parecía ser un pilar básico en su vida, y esa gravedad se transmitía al ambiente, contagiándolo todo de trascendencia detenida. Dos horas después la vida terrenal agitaría de nuevo la ciudad y un mercado maravilloso se desparramaría  por ella, todo volvería a ser ruidoso y carnal.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Bahar Dar de noche

Las noches en África suelen ser momentos de reclusión, pero en Etiopía no tengo sensación de peligro y los oscuros bares de Bahar Dar son irresistibles, hay calles donde el ritmo de los tambores te llama. Ser el único extranjero del bar supone protagonismo asegurado, los trovadores locales te dedicarán tonadillas satíricas y los danzantes te harán bailar algo parecido a un apareamiento de pájaros. En pleno baile las cantantes más atrevidas te echarán repetidamente el aliento a la cara mientras contornean sus hombros y otras sisearán como serpientes mirándote fijamente.


Una noche de vuelta al hotel me colé por una de esas callejuelas que siempre me atraen. Allí en medio de la oscuridad oí la llamada de una chica local, supuse qué significaba y decidí ignorarla, pero ella empezó a seguirme discretamente susurrando en su idioma palabras que yo no entendía. Apreté el paso en vano, ella seguía decidida cada vez más cerca. Metros antes de llegar a la pensión no se daba por vencida, decidí ser más explícito, paré, me giré hacia ella y le lancé un tajante no. Entonces pude verla, no parecía prostituta, sus gestos eran dulces y su ropa humilde, me miraba sonriente, muy joven, discreta pero abierta a mi

No podía creer que me siguiera hasta dentro de la pensión, que me esperase discretamente a que recogiera la llave y que me acompañara hasta la puerta de la habitación, no sabía qué hacer. Ella volvía a susurrarme, y mientras yo preparaba la llave se acercaba cada vez más, segura de que yo finalmente accederíaNervioso conseguí abrir la puerta y cerrarla antes de que ella entrara. Se mantuvo frente a la puerta cerrada, hablándome dulcemente, convencida de que yo abriría. Cerré con llave.

¿Qué me turbaba? ¿su ofrecimiento y determinación o quizás su fragilidad o incluso desesperación? Su actitud no era de una Lolita buscando sino la de un cachorro poniéndose a salvo. Me dejó perplejo, es fácil juzgar desde la honestidad que da la riqueza, y evidentemente ella me enfrentó a mi deseo, mi bienestar y mi piedad. No volví a pasar por aquella calle oscura.

Bahar Dar de día


Me siento como en casa. Al tercer día ya me saludan por la calle y en la panadería saben lo que pediré. Apenas hay museos y monumentos, así que es fácil dejarse llevar por la gente en las avenidas sin rumbo fijo. No pude visitar su iglesia porque estaba rodeada de fieles enveladas en una permanente ceremonia. Todos los días paseé por su magnético lago, entre pobres que se lavan por la mañana, al atardecer por las frescas terrazas de la clase acomodada, y siempre embobado por los pájaros, un espectáculo infravalorado.


Bahar Dar tiene una doble personalidad que pasa desapercibida al principio. En las calles principales reina lo urbano, asfaltadas, bien iluminadas y con edificios occidentales, pero detrás de este decorado pervive un corazón campestre, se abren callejones donde resiste lo rural, el suelo es de tierra, las casas son de adobe y los animales pastan a sus puertas. En estas islas rurales todavía late el recuerdo del pasado de la ciudad, y me gusta que ambas convivan, que aún siga una dentro de la otra, en lugar de ser relegada al extrarradio.


El mercado es uno de los mayores del país, aquí vienen mujeres de los pueblos cercanos, vestidas con trajes locales, siempre en grupos, siempre desconfiando de la gran ciudad. Aquí me perdí entre verduras, especias, gallos y guindillas, conversé con mujeres tatuadas, estafadores poco convencidos y macarrillas locales, reí con ellos y me dejé invitar a probar sus productos, frutas para todos los males, hierbas fragantes y bebidas innombrables. Echaré de menos esta ciudad.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Bahar Dar: Tis Abay


A una hora de bus por un camino polvoriento están las pretendidas fuentes del Nilo, un mito que ha perdido su antigua grandiosidad por pragmatismo: una central eléctrica se apropia del agua y deja sólo el 10% para una catarata exigua pero aún vistosa. De todos modos el camino hasta ella es sólo una excusa para conocer el mundo rural y sus mercados. 


Normalmente evito los guías, pero ese chaval de 13 años era interesante por sí mismo, simpático, dinámico y con voluntad y poder de convicción, quiere llegar muy alto, a presidente del gobierno me dice. Estoy seguro que ya gana más que su padre campesino. No lo necesitaba para llegar a las fuentes del Nilo, pero sí para desmenuzar la realidad paralela al decorado turístico. Él me guió en el mercado de su pueblo, y aprendí a reconocer los cereales y los productos locales como el minúsculo teff, la sorprendente miel, la cerveza de mijo ahumada o la mantequilla intensamente animal, todo tan cerca aún de la naturaleza que sus olores y sabores eran casi sexuales.


Como recuerdo local me llevé puestas un par de pulgas a las que alimentaré durante el resto del viaje. Más de 50 molestas picaduras que recuerdo como lo peor de mi viaje.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Bahar Dar: Lago Tana



El lago Tana es dulce y misterioso, de agua color miel y de orillas boscosas rodeadas de bruma, frecuentadas al atardecer por pájaros sorprendentes y  jóvenes con futuro incierto. Escondidas entre su vegetación hay diseminadas antiguas iglesias y monasterios ortodoxos que parecen renunciar a saber del mundo excepto por querer cobrar una abusiva entrada. 

Las iglesias etíopes son ceremoniosas sin necesidad del protagonismo de las occidentales, prefieren rodearse de muros concéntricos y de árboles, quizás buscando su magia, protección e intimidad, renunciando a perspectivas monumentales. Me chocó la variedad de formas de los templos, mi favorita es la que se adapta a la arquitectura circular tradicional, como una acogedora choza. En el interior viejos dibujos y pinturas de estilo sencillo pero de gran intensidad, delicadeza y profundidad narran las vidas de santos y mártires.

El bosque de la península de Zege es uno de los más frondosos del lago, pero no tan salvaje como puede parecer, de los árboles cuelgan panales y entre el follaje se esconden casas y cercas para animales. Del bosque también surgen sus habitantes, niños uniformados que vienen del colegio queriendo practicar inglés o humildes lugareños que aparecen de entre las ramas, saludan ceremoniosos y se adentran de nuevo en ellas. La magia del lugar parece pervivir en sus habitantes.


Esta visita fue también un momento de encuentros. Un afable monje me preocupó al proclamar en una amable conversación que "los cristianos tenemos el poder del mundo", reflejando tensiones sociales no evidentes. Un turista etíope me preguntó por España y yo sin pensarlo le arengué con el clásico discurso lastimero de la crisis y el paro. Cuando acabé el etíope reflexionó un momento y me dijo "pues no es tan mala la situación en tu país, no?". Evidentemente todo es cuestión de perspectiva. 


Aquí también conocí a los que serán mis compañeros de viaje en Etiopía. Casi sin quererlo coincidimos tantas veces y tan bien que acabamos siendo un buen equipo. Me enriquecieron, me reflejaron y también me acercaron de otro modo a Etiopía. Evidentemente mi viaje fue otro, felizmente diferente al que habría hecho solo.

martes, 13 de noviembre de 2012

Addis - Bahar Dar


Las fuentes del Nilo no son tan inaccesibles como antes, sólo hacen falta 10 horas de cómodo bus recorriendo montañas y páramos. Esta ruta está sobrevalorada, el cañón del Nilo blanco no es tan espectacular como dicen y los paisajes verdes y dorados desmienten la idea de un país desértico y estéril. Tampoco encontré los clásicos paisajes, sólo reconocía África en los enormes árboles que se erguían solitarios y ceremoniosos, y en las mujeres (siempre mujeres) dobladas por el peso de bidones de agua y fardos de leña.


El autobús se deslizaba por una impecable carretera que poco tenía que ver con un país tan pobre. Los pastores miraban fijamente al autobús, como si fuera un ser mitológico.  En las paradas nuestra presencia interfería en la tranquila vida del pueblo con promesas de dinero fácil. Algún joven atrevido intentaba entablar conversación en inglés, y los niños se acercaban llenos de miedo y moscas. Algunos se conformaban cogerme de la mano.


Al llegar a Bahar Dar una corte de jóvenes guías te acompañan sonrientes e inagotables por las calles ofreciéndote siempre lo mismo hasta que eliges habitación. Superado este rito de bienvenida, la ciudad me saluda tranquila y fácil a pesar de ser tan turística, quizás por la dulzura y misterio de su lago, lleno de monasterios y pájaros inverosímiles.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Addis Abeba


Llegué a mitad de la noche, el taxi atravesó colinas oscuras y grandes avenidas destartaladas hasta Piazza donde sólo los bares parecían abiertos. A esa hora había muchos borrachos y pocas opciones, acabé en una  habitación desangelada del hotel más antiguo de Etiopía.


Al día siguiente la luz plana y deslumbrante del trópico caía sobre una ciudad más arbolada y menos polvorienta de lo que sospechaba, incluso agradable a veces. En sus calles se mezclan mendigos, madres agobiadas, hombres de negocios y mucha gente joven, todos me observan. Tan sólo hice gestiones, me fui al dia siguiente. Las capitales no son buenas para empezar un viaje.

El mejor regalo de Addis a mi llegada fue en el almuerzo del hotel, donde una discreta señora tocaba viejas canciones etiopes en el destartalado piano del comedor. La nostalgia de las notas desafinadas tenían tanto cuerpo y tanta vida que reptaban por los altos techos coloniales hasta hacerme casi olvidar la sorprendente comida etíope que empezaba a conocer. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Estambul: Aya Sofia


De camino a Addis Abeba hice escala en Estambul: Aya Sofia era el objetivo. Recuerdo intensamente mi primera visita hace años.

De lejos parece un ovni o una montaña mágica, con esa gravedad tan compacta. De cerca es más contradictoria, tiene cierto aire industrial y casi chabolero, mezclando materiales y perspectivas confusas. Ese esplendor extraterrestre vuelve cuando camino hacia su interior, un espacio no imaginado que detiene la luz y el corazón, un inmenso pecho maternal que respira pausadamente, un vientre que acoge sin ahogar ni confundir con sus enormes dimensiones. Me gusta confirmar su poder e intensidad en la cara boquiabierta de los que entran por primera vez

Es tan irreal que nada es lo que parece, la iglesia es también mezquita, el suelo pierde su solidez y se convierte en estanque, los mosaicos del techo tienen textura de alfombras algodonosas, el espacio interior parece vacío y saturado a la vez, cambia de un sobrio blanco al mediodia a un dorado líquido al atardecer. Todo parece convivir con tranquilidad, dibujos cristianos y caligrafías islámicas. 

De camino al aeropuerto las llamadas de los muezzines me despedían y las hojas de otoño de los árboles evocaban el resplandor brillante y fragmentado de Aya Sofía. Mi avión bajará siguiendo el Nilo desde Estambul hasta Etiopia, el lugar donde este rio nace. Tenia sentido parar en Estambul.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Etiopia: preparativos

Lo autentico puede estar en cualquier sitio, pero parece mas intenso en Africa, no solo porque pobreza sea un signo de autenticidad, sino por su caracter radical, de raiz. Quizas sea un destino apropiado a este momento de crisis.

Etiopia no escapa al cliche' de la hambruna y la pobreza, pero ofrece mucho mas a quien sepa ver. Lo que me decidio' fue su religiosidad mistica, su cultura diversa, los paisajes con posibilidad de hacer montanyismo y la dulzura de su musica. Aunque estos son mis objetivos, voy abierto a que el camino me lleve y me sorprenda.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La crisis del viaje

Ahora que planteo un nuevo viaje mis escrupulos me frenan: viajar es un capricho occidental insostenible. Es la intensa sensacion que tengo desde hace un tiempo.

Para diluir ese remordimiento reflexiono sobre los patrones que regulan el viaje, de origen romantico y burgues (curiosidad, busqueda de exotismo, necesidad de emociones) y el entorno historico en el que surgio' (el colonialismo).

Es realmente necesario viajar? Es posible una relacion equilibrada desde el desequilibrio de economias ciudadano pobre/turista rico o viceversa? Nos interesa el decorado (monumentos, paisajes) o sus actores (las personas)? Buscamos un dialogo o tan solo ratificar nuestro monologo?

Viajar no es un acto neutral y quizas el paradigma del viaje actual deba cambiar y adaptarse al nuevo momento de crisis actual.