martes, 27 de noviembre de 2012

Lalibela y alrededores



Quisimos observar la vida cotidiana que corretea fuera de las iglesias, escondida en la penumbra de las chozas donde se comparte tej ahumado, por los descampados donde los adolescentes luchan parodiando películas indias entre cabras y acacias, o en las escuelas religiosas donde los niños memorizan rezos con ritmos pigmeos.

El sábado hay un orgánico mercado muy concurrido por campesinos de otros pueblos, tímidos y desconfiados, sorprendidos por mi curiosidad. El latir del mercado es tan brioso que puede agobiar y provocar la habitual retirada del turista. Nosotros optamos por sentarnos junto al puesto de una elegante y avispada señora mayor. Empezó así una inspección mutua que acabó en asimilación, ella fue nuestro camuflaje para observar sus transacciones, conocer los precios reales, entender sus complejos peinados, comparar los trajes decorados con botones y dar tiempo a que la vida se asomara con su lenta cadencia.

Una sencilla excursión por los alrededores nos alejó aún más de la vorágine turística. Nos dejamos acompañar por colegiales vestidos con uniformes mil veces remendados, saludamos a campesinos que segaban y a trabajadores que paraban para comer, sonreímos desarmados a las abuelas que nos aconsejaban cosas indescifrables, descansamos bajo árboles de enormes sombras marinas y jugamos con los niños, siempre alrededor, sonrientes, dispuestos, sorprendidos. 

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