miércoles, 16 de noviembre de 2011

Amritsar por dentro


Cuando el caos de la calle empieza a ser soportable, empiezas a poder mirar hacia arriba, a esas casas senyoriales, humildes palacetes con varias plantas y decadas a sus espaldas, sin la altanería de lo nuevo. Desde el principio me atrajeron estas havelis de Amritsar, tan abandonadas que se suelen enraizar arboles en sus fachadas y azoteas. Empece' a buscar esos arboles escaladores, tan frecuentes que cada calle parecia tener uno creciendo en algun rincon. Decidi dibujarlos.

Elegi las callejuelas solitarias donde reinan las palomas, las moscas y los perros, donde mean los viandantes y apenas entra el sol. Esos edificios casi en ruinas parecen deshabitados, pero no, tan solo hay que parar un rato, el tiempo de hacer un dibujo, para darse cuenta de lo que esconden esos callejones. Conforme hago trazos se van entreabriendo puertas, celosias curiosas y progresivamente aparecen ninyos, mujeres y abuelos cascarrabias.

La hostilidad y desconfianza inicial se va diluyendo y da paso a la hospitalidad hasta invitarme a entrar en sus casas, dejarme guiar por los laberintos oscuros de escaleras estrechas y habitaciones, a veces llenas de cascotes, otras veces apuntaladas con troncos, otras inundadas. Mientras subo a tientas veo la vida de familias extensas en cada planta, me miran atonitos acompanyado por mi anfitrion y una nube de ninyos. Las habitaciones donde hay vida son humildes pero muy acogedoras, alguna foto, una television o una radio, todo alrededor de la cama con cubierta de vivos colores. Hasta llegar a la terraza que se abre a la ciudad, un microcosmos abigarrado de muros, escaleras y las copas minúsculas de esos arboles escaladores que he dibujado desde el suelo.

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