viernes, 21 de diciembre de 2012

Retratos del Pompidou


Hay exposiciones que no se dejan mirar, sino que eres tú el observado. Estos días las salas de la Fundación Mapfre se han transformado en un patio de vecinos, de sus paredes se abren ventanas donde los inquilinos escudriñan al recién llegado, y el visitante tiene la incómoda sensación de romper una intimidad extraña y de relacionarse en desventaja, porque apenas descubrirá la identidad de estos vecinos.

¿A quién vemos en el retrato, al modelo o al autor? En el arte del siglo pasado el retratado parece tan sólo una excusa para que el artista se expanda, la cara del modelo es apenas visible, cubierta por las hierbas trepadoras del pintor. La mirada del artista se ha apropiado de la carne del modelo y le impone su carácter, irisado en E. O. Friesz, turbio y vaporoso en Lempicka, inquietantemente infantil en Balthus o arisco en Van Velde. El retrato contemporáneo ha sepultado al retratado bajo la subjetividad del pintor, el modelo sólo es un portador de su estilo estigmatizador que como una enfermedad contagiosa deforma al paciente hasta volverlo irreconocible.

El retratado ha caído en la trampa y paga con su identidad, porque lo importante no es el sujeto, sino el arte.

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