domingo, 28 de noviembre de 2010

Medellín

Llegar por la noche a esta ciudad es un regalo. Laderas de un valle llenas de luces, un manto de luciérnagas naranja abrazando la noche. Por el día la ciudad vanidosa y autoconsciente acelera el paso, contaminando y consumiendo. No encuentro ni sombra del tópico de violencia de hace años, Medellín recuerda a Barcelona, ciudad cool, con buen clima, hedonista, cultural y negociante que se convence a sí misma de su esencia emprendedora y de impulsar una sociedad cívica y participativa a base de consignas. Es ambigua esta actitud, energética pero también un punto orweliano de mundo feliz.

Sus museos son interesantes, pero no tanto como las calles bulliciosas. Obras de Botero eran observadas por Boteros reales y de improviso un Miquel Barceló me conectó África con Europa desde América. Las iglesias estaban abarrotadas a cualquier hora, con un fervor inusitado. La ciudad se mira complacida desde los brillantes teleféricos, la activa Biblioteca de España es un alienígena arquitectónico que funciona en medio de un barrio pobre. Niños jugando alrededor de militares armados.

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