domingo, 14 de noviembre de 2010

Bogotá II

De día Bogotá asusta menos. Hay un ambiente fértil (humedad, verdor fascinante y desconocido, parejas apasionadas en público) y también opresivo (pobreza, policía ubicua muy visible). La ciudad se divide básicamente en zonas seguras y no seguras. Todos la perciben así, imposible no entrar en ese juego algo siniestro. En Colombia la alegría y el miedo son especialmente contagiosos.

Subo al mirador de Monserrate. Mirando desde arriba la ciudad fundada por los conquistadores soy consciente del uso de la ciudad como instrumento de control social.

Quedo con amigos colombianos, tan amables. Me enseñan la Bogotá familiar, de restaurantes cómodos y generosos, de centros comerciales fáciles y ordenados, de jugueterías coloristas.

Su hijo Juan fue la estrella brillante y discreta, de profundos ojos negros y de alegría tranquila. Juan es empático, asertivo, cariñoso y casi un chamán. Una vez le dijo a su madre: "vosotros no me trajisteis, yo os elegí". Y también "tú eres la diosa águila que me enseñó a volar". Con 6 años de edad.

De noche paseé por una Candelaria extrañamente solitaria, las basuras estaban desparramadas por las calles, los pobres eran los responsables de ese desorden, hurgaban en ellas para obtener su oro reciclable: latas, botellas, chapas, alguna ropa, un bocado. Quizás no tuvieron una diosa águila como el niño Juan.

1 comentario: