jueves, 26 de enero de 2012

Karime Amaya e Iñaki Márquez.

En teoría era un homenaje a Carmen Amaya, pero yo no supe verlo.

Karime Amaya ha heredado la velocidad y precisión de sus piernas de su abuela. Sus pies llegaron a ser una nube atronadora sobre la que se movía la bailaora, un efecto casi mágico de levitación, y aprovechó esos valores ofreciendo variantes sorprendentes de acompasar con los tacones. Y aunque fue una experiencia, eché de menos un flamenco más holístico.

Iñaki Márquez no se lo piensa y suelta su chulería y desplantes a ritmo de alegrías y bulerías, divertido y algo fanfarrón, correteó por el escenario como un niño travieso, jugando con nosotros, buscando nuestra risa y complicidad. Ni el compás pudo someterle, muy al contrario lo usó para encaramarse y enredarse en él con gracia.

Una dosis de flamenco para calmar las ganas de duende.

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