viernes, 29 de junio de 2012

Uppsala


Hay nombres tan evocadores que nos atrapan. Uppsala está en mi mitología a la altura de Tombuktú, Samarkanda, Ereván o Antananarivo, imagino una ciudad remota habitada por sabios vikingos, siempre fría, ruda y acogedora, con hogueras permanentes. Resultó ser refinada, algo desdeñosa, de atardeceres incandescentes y noches azules.

El poder de esta ciudad es ahora simbólico, su catedral es un icono nacional, cerca están los restos del supuesto inicio de la sociedad sueca y su universidad tiene nombres ilustres en su historia. El más conocido fue Linneo a quien debemos la nomenclatura latina de las plantas, un maravilloso oxímoron que da luz a lo inexplicable, la taxonomía de una naturaleza que no se deja agarrar.

El jardín botánico de la Universidad es un espacio para el placer que sin querer nos adentra en los nombres y clasificaciones de árboles y plantas. Sin embargo el jardín botánico de Linneo me pareció menos interesante que su casa, llena de objetos curiosos y escritos suyos. La catedral románica recuerda un enorme navío gótico de una sobrecogedora estabilidad que evoca a Escher, un impresionante cofre ideológico. El Museo Gustaviano es un almacén de curiosidades con un exhibicionista teatro de disecciones. Y aún qedaron pendientes lugares tan sugerentes como Carolina Rediviva.

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