viernes, 21 de septiembre de 2012

Viñales



Llegamos en medio de una fabulosa tormenta que no amedrentó a la jauría de ganchos de los hostales que esperaban en la estación. La llegada fue rara y ese aire de extrañeza no me abandonó. Viñales no me gustó, quizás porque la casa que nos alojó fue la única forzadamente acogedora, o porque me resfrié, y porque no pudimos andar por el campo y sólo lo hicimos a caballo, con lo incómodo que me siento imponiendome a los animales.

Viñales no me gustó porque vende su mundo rural y su naturaleza como la mejor de Cuba, pero la venden tan apresuradamente que la están pervirtiendo. Las sonrisas a veces no pueden tapar la avaricia contagiosa, ciega a las personas y a su propio futuro.

De la decepción se salvaron muchas cosas, su tierra de un rojo testarudo, las plantaciones de malanga, los enormes árboles solitarios, las nubes cargadas de agua, Antoñito el Mojito, la señora de la heladería de abajo, las vistas del valle, el frondoso jardín botánico y como siempre los espectaculares atardeceres.


1 comentario:

  1. Vaya que lástima, a mí fue uno de los sitios que más me gustó (y repetí).

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