jueves, 13 de septiembre de 2012

Baracoa



Nos dijeron que este pueblo aislado era lo mejor de Cuba y no les creímos. Fue una cuestión de tiempo.
Por el día explorábamos una naturaleza diferente de la mano de Juan Carlos o de Carel, dos guías diferentes: uno humilde, tranquilo y discreto, el otro cercano, brioso y tenaz, ambos mezclando la sabiduría erudita y la tradicional con un sincero respeto por la naturaleza y los campesinos, ambos atentos y curiosos, pacientes ante nuestras perpetuas preguntas botánicas y personales.


Visitamos lugares de nombres soñadores como el Río Miel, el Parque Humboldt y el cañón del Yumurí. Ellos empaparon ojos, oídos y corazón con nuevos amigos que no se olvídan: esbeltos cedros, fosforescentes yagrumas, prácticos júpites, alegres guapenes, expansivos almendros, mangos, güiras, cacaos, uchúas, aguacates, anonas, ocujes... y la gente que se cruzó a nuestro paso.


Por la noche nos esperaba su cocina local a base de coco, cenas interminables al fresco con el cariño de sus habitantes y sus historias rocambolescas. Al final acabábamos en el ambiente de verbena familiar de la Casa de la Trova, donde la vibrante música cubana empezó a calarme con su amabilidad y desparpajo.

Todo era tan natural y vivo que lo difícil fue irse de Baracoa, dejar sus bosques, su música y su gente.

1 comentario:

  1. Despidiéndonos de Guardalavaca y en coche hasta Baracoa, trás unas horas dejamos por fín "la autopista", entrecomillo porque el significante no tiene el mismo significado que acá; allí la autopista es más una carretera ancha, como de 4 carriles (no recuerdo la marca de pintura que los separase), pero donde seguro hay más baches y anécdotas que en cualquier carretera local de España (el que vende maní, la policia que te para, los que no tienen auto y hacen botella, etc). Altamente recomendable el tramo de carretera local hasta llegar al destino, eso sí, buen vehículo o al menos chofer cubano que maneje el auto en cualquier condición; recuerdo disfrutar del paisaje y temer en algún momento por el riesgo, pero merecía la pena, la ciudad que tantos años estuvo aislada esperaba: Baracoa la conocimos de noche.
    La naturaleza del paisaje y de lo humano nos embelesó. Dos guías muy diferentes, pero ambos amantes de su trabajo, nos enseñaron pausadamente, con humor y respeto su entorno, su botánica, sus costumbres. Hicimos 3 excursiones inolvidables...y hubo ocasión de conocer a otros viajeros, entre ellos estaba Leo. Ella merecería un comentario a parte; para resumir una mujer vital, amante de la esencia de la naturaleza y lo humano, cámara en mano para captar los instantes...nos capturó y fue muy emotiva la cena con ella en La Casa del Poeta. El poeta era el dueño, un camarero-poeta, orgulloso de su casa y de sorprender hasta al final al comensal....por tradición acababa con "los Chorritos de la casa del poeta: guarapo con ron".

    Nos costó despedirnos de Baracoa, la disfrutamos de día y noche...es uno de los motivos para volver a la isla.


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