domingo, 16 de septiembre de 2012

Santiago de Cuba



El viajero es más extranjero si cabe en las ciudades grandes, frente a la avaricia urbana y el extravío de lo poco abarcable. Santiago se salva por la gente corriente, siempre amable y dispuesta a conversar, y por la música que rezuma por las calles.

En toda Cuba la música surge como fragancia compleja y espontánea, deteniendo el paso del viandante y cambiando su vibración. No entendía la música cubana antes de venir aquí, no apreciaba su complejidad desprovista de pompa y orgullo, su herencia dispar tan bien trabada, su relación fluida y coherente entre sus instrumentos y la naturaleza que la rodea, usando sus semillas, calabazas, maderas o pieles tensadas, uniendo natura y cultura espontáneamente.


En bares y escenarios sencillos la música cubana se desborda y une a todos los que la oyen, con ella fluye la cercanía y los pies trazan jeroglíficos en el suelo, el baile esconde un juego ritual. A través de su música entendí el esplendor de los cuerpos unidos moviéndose con sensualidad y vieja elegancia, aprendí a valorar ese sudor perlado en la espalda que las manos acarician.


La revolución también es ubicua en Santiago. Los museos de la revolución intentan mantener vivas las razones y metas de hace medio siglo con la testarudez de un juramento hipocrático, sus vitrinas y salas se obcecan en justificar y mitificar el origen del poder que ostentan. Todos los poderes acaban pareciéndose.

Música y revolución son también los protagonistas en Santa Ifigenia, el blanco cementerio donde están José Martí y Compay Segundo. Muy cerca las suntuosas tumbas de próceres de la ciudad como la familia Bacardí recuerdan otro pasado.

1 comentario:

  1. Jose y su mujer nos trataron con afecto y atención máxima a la par que discreta, era un gusto alojarnos en su casa.
    La ciudad de la música se presentaba a nuestros pies...y allí que la paseamos, la probamos (gastronomía, ej: "Compay Gallo"), la escuchamos y gozamos (Casa de la Trova, etc)...y ella (S. de Cuba!) nos sorprendió por los colores del cielo, los cambios de tiempo (chapuzones repentinos que aceleraban el ritmo caribeño), y los encuentros, como el de La Catedral, con Marina y David, restauradora de cuadros y pianista. Ella nos capturó con su análisis y diálogo ante cada obra. Él al tocar un son al piano. Realmente merecen un comentario a parte para describir lo que supuso aquél "casual" encuentro...tal vez lo retome si volvemos a encontrarlos en Avignon o cualquier otro punto del mundo.

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