jueves, 3 de mayo de 2012

Emigrantes

"Hoy hace 38 años que vine a Barcelona", me dijo cogiéndome con fuerza del brazo, como para transmitirme el miedo de aquel día, para hacerme entender todo el esfuerzo de aquellos años. Ella tenía 22 años y tres criaturas bajo el brazo cuando tomó el tren que la llevó de Sevilla a Barcelona en 24 horas.

Después de chocar con la realidad de un marido irresponsable decidió dejar su pueblo para salir adelante sola con sus tres niñas de la mano. Trabajó y trabajó con alegría, tesón y el dolor de no poder disfrutar de sus hijos, a quienes, para poder verlos, se los llevaba con ella a la cocina donde trabajaba los fines de semana. Una mujer poderosa y luchadora que hizo frente a su destino hasta doblegarlo. Le bastaron 38 años. 

Ahora es una abuela venerable, un status de madurez que entra en aparente contradicción con sus ojos ilusionados y su paso enérgico. Dejó la limpieza y las cocinas hace tiempo y ahora maneja los ordenadores como si fuera una adolescente. Es mi madre adoptiva aquí, sabe cómo estoy con tan sólo mirarme, y en silencio siento que me envía la fuerza de las abuelas. Yo de mayor quiero ser como ella.

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