domingo, 4 de marzo de 2012

Discoteca Luz de Gas

Tenía ganas de bailar un sábado noche. Contra todo pronóstico pasé el filtro de la puerta, tras un duelo de miradas el gorila me saludó y me abrió paso hacia la taquilla. La última vez que fui a una discoteca no había crisis, el único cambio que noté fue la ausencia de humo, el resto seguía igual, los mismos vasos balanceándose, las mismas miradas de desdén o ansiedad disimulados. Estrategias para una noche, audacia depredadora, resignación altiva.

Las discotecas les deben mucho a la psicodelia y a la búsqueda de nuevas realidades: se intenta saturar al cuerpo con sonido, luz, bebida y tacto. No hay calma, ni tranquilidad ni reposo. Sin saberlo se activan chakras a ritmo de cadera, se fomenta el abandono a las vibraciones, la pérdida de controles. Una lástima que no se aproveche tanta energía para reconducirla.

Nunca aguanto hasta más allá de las 3 pero esta vez seguí bailando y pude ser testigo del espectáculo del que todos me habían hablado: alrededor de las 5 de la mañana todo se transformó, empezaron a crecer matas de sabana en la pista, los brillos de los ojos se hicieron más turbios, las uñas se afilaban, los dientes empezaron a crecer, los cuellos se preparaban para ser mordidos, el baile de feromonas aumentaba. Los grandes cazadores se lanzaban a por las presas más codiciadas e iban bajando el escalafón de sus gustos conforme fracasaban. Era la hora en la que los perrillos de las praderas dejamos este espacio de irrealidad para refugiarnos en las madrigueras y nos quedamos sin saber cómo acaba el cuento, si esa irrealidad continuará al día siguente.

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