martes, 27 de marzo de 2012

Born to die

La muerte vende, se flirtea con ella en imágenes y canciones con actitud de cartón piedra. Pero cuando la muerte de verdad pasa cerca y nos sopla en el flequillo, todo parece aún más frívolo.

Hoy ha muerto Antonio, un compañero del trabajo con quien compartí un año laboral. La noticia me dejó extraviado y con la boca seca, la irrealidad de la muerte cubrió mis pies de nubes algodonosas, mi cerebro se abotargó y el corazón se volvió plomizo por miedo a correr la misma suerte. Todo parecía colgar de hilos inestables y se abrieron de golpe los apetitos más carnales, como si yo necesitase confirmar que seguía vivo.

La vida se vuelve insoportablemente frágil y recordamos que nosotros también moriremos. Prepararse para morir es una tarea cotidiana que tiene que ver con estar en paz, que la muerte no nos deje arrugados sin perdonar, temblando de arrepentimiento por lo que no hicimos, no dijimos o no abrazamos.

A Antonio le encantaba correr al volante y comer colesterol, pero su muerte fue fortuita, no por sus excesos. Al final tenía razón cuando se negaba a cambiar su dieta o a ir más despacio, aunque ya da igual quién tenía razón. Antonio, que estés en paz.

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