domingo, 18 de marzo de 2012

Bacivers cara norte

Los picos nevados eran como tartas de nata resplandecientes y primorosas a las que nunca me atrevía a ponerle el dedo encima, no sólo por razones estéticas sino también porque el mundo montañero, cargado de testosterona, me tiraba para atrás. Nunca me creí capaz de imaginarme allí arriba, en un lugar agresivo donde mantener el pulso a hielo y desniveles, pero siempre hay ocasiones para romper prejuicios y los propios límites.

Crampones, piolet, dragonera: sólo con oír estos nombres mi excitación crecía sin haber pisado nieve. Una vez equipados la infancia llega en forma de imágenes en sepia de exploradores míticos con aspecto deplorable, y en forma del recuerdo de juegos de madelmanes trepando por los muebles del salón. Ahora el círculo se cierra, presente y pasado se unen, acabamos formando parte de nuestra imaginación, reviviéndola en nuestra propia carne.

De nuevo integrarme en un entorno surrealista de nieve, un papel en blanco donde los crampones dibujan sutiles rastros de hormiga o donde horadan escalones buscando los márgenes. Retar la verticalidad como arañas agarrados a las uñas metálicas de nuestras botas.

Me preocupaba mi preparación física sin motivo, pronto me dí cuenta que los músculos más importantes son el corazón y el cerebro. La montaña me está enseñando que la fortaleza no reside en las piernas, sino en la humildad, el sentido de equipo, el entusiasmo, la valentía y la honestidad. Como en cualquier proyecto compartido. Nuestro guía se encontró con un grupo heterogéneo pero bien trabado que fue asimilando los conocimientos y superando las pruebas. Un paisaje humano tan interesante como el exterior.

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