miércoles, 17 de abril de 2013

Tren Expreso



Decidí viajar en el nocturno para romper la rutina de tanta velocidad futurista y de improviso entré en un pasado olvidado, un viejo convoy con luces secas, tapicerías de skay y olor a desinfectante, un espacio cargado de nostalgia como un cuadro de Edward Hopper. Este achacoso tren seguía de memoria su trayecto de tantos años movido por la costumbre. 



En pleno siglo 21 el expreso no podía quitarse la herrumbre de sus arrugas ni la cercanía del olor a bocadillo de tortilla, pero las mesas del bar animaban a compartir confidencias insomnes con extraños, y en los estrechos pasillos los cuerpos forzosamente acababan encontrándose. 

La distancia del trayecto tomaba solidez durante toda una noche densa, de sueño a flor de piel, de crujidos y traqueteos, de ronquidos suaves y olores íntimos, un pequeño hogar de solidaridades fugaces, la sensación del viaje y el exotismo recobrados en casa.

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