jueves, 18 de abril de 2013

Impresionistas y Bohemios en la Fundación Mapfre


La historia corre sobre sí misma como un perro detrás de su cola olvidándose de la estela que deja. Lo atestiguo viendo la exposición de los impresionistas, esos ojos delirantes al principio y luego visionarios. Aquellos revolucionarios son ahora un bálsamo de paz y coherencia artística, un nuevo ladrillo pulido y encajado en nuestro edificio cultural. A toro pasado todo se hace más comprensible.

Volver, como en el tango, a recorrer mis primeros pasos en un arte que ha dejado de ser contemporáneo. Recorrer de nuevo las brumas de Monet y la carne gelatinosa de Renoir, la fría matemática de Cézanne, y la excentricidad infantil de Van Gogh, a quien el presente le ha amortiguado el protagonismo que tuvo hace pocos años. 

En esta vuelta de sienes marchitas al arte de principios del XX, el aire bohemio ha perdido todo su glamour, no llega a entenderse del todo esa pose tan sufrida, porque ahora nadie quiere morirse de frío o de hambre. Ser maldito ya no lleva a ningún sitio, la bohemia ya no es rentable. 

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