viernes, 25 de enero de 2013

Mayte Martín: Por los muertos del cante



Hoy no era la misma, su cuerpo austero y discreto no podía esconder la emoción, esta vez dejó de ser ese pistolero impasible y socarrón para dejarse poblar por la madreselva de la fragilidad que la habita. Y aunque estaba bien arropada dentro y fuera del escenario, parecía desamparada, quizás por el luto a esos muertos o quizás porque se había desnudado más de la cuenta esta vez.

Aunque el espacio era extraño ella nos acercó al hogar junto a las abuelas que relatan con la toquilla su poso de dolor, belleza y sabiduría. Su cante fue íntimo y nostálgico, un bordado sutil y primoroso en el ajuar del pasado. Esta vez su firme observancia de la tradición flamenca se dulcificó y brotaron más yemas de ternura y emoción que de rigor. Bulerías contradictoriamente tristes, fandangos ceñidos como colinas pardas y herbosas, guajira como brisa fresca de tormenta.

Esta vez quise compartir tanta belleza y fui acompañado, reconocí en mi amiga la epifanía sorprendida de escuchar a Mayte por primera vez. A mí siempre me parece la primera vez, y me sorprende de nuevo la complejidad de su voz, fuerte y delicada, evasiva y permanente, sobria y florida, leve y grave, un oxímoron sólo comprensible desde las vísceras. 

Acabamos agotados tras tanta intensidad, y aún así hubo bises. El concierto acabó mordiéndose la cola, como esas pescadillas de Motril de carne blanquísima que cocinaba mi abuela. Mayte terminó vencedora y a la vez rendida, pero mucho menos desamparada entre una hoguera de corazones también rendidos.

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