sábado, 12 de enero de 2013

Mies van der Rohe - Joseph Beuys



En Barcelona estos dos espacios están muy cerquita, ambos fríos, ascéticos, de líneas duras y racionalidad ambigua, ambos creados por dos alemanes pero cuyas experiencias están separadas por una guerra mundial. Esa distancia puede explicar sus vibraciones tan diferentes.

El Pabellón Mies van der Rohe es un espacio ligero hecho para ser recorrido por el viento y para que la luz detenga su reflejo por esas salas, allí las hojas caídas de los árboles se pasean de puntillas y nuestro cerebro se amuebla con números áureos y órdenes posibles, matemática tan elegante que echa a volar, porque a pesar de su quietud es un espacio para transitar.

El “Espacio de dolor” de Beuys es un agujero negro, tan telúrico y claustrofóbico que los visitantes no aguantan más de medio minuto en él. Entrar aquí es saltar desde las alturas de la vida para caer pesadamente en un suicidio virtual, supone la negación de la carne que al entrar queda rígida y abierta en canal dentro de una cámara frigorífica, la vida se desploma solidificada a nuestros pies y la paz nos anega por ese abandono de la esperanza.

Caixafórum Barcelona mantiene incomprensiblemente cerrada esta rara perla negra, su Fundación compró la instalación, pero comprar no significa poseer, sino custodiar. Ahora la ha abierto al público temporalmente, ¿por qué no hacerlo con cierta frecuencia? Esa ermita de soledad es necesaria en la bulliciosa Barcelona, ese agobiante espacio de peregrinaje es necesario en el luminoso Mediterráneo. 

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