domingo, 4 de julio de 2010

Flamenco Nou Barris 2010

Cañizares

Me faltaron sangre, vísceras y arañazos. Era un producto procesado y limpiamente envasado, sin riesgos. Tuvo gran éxito.


Mujerez: Juana la del Pipa, Dolores Agujetas y La Macanita (que no pudo asistir).

Voces roncas y poderosas, voces de viudas enfadadas, de amantes heridas, de mujeres de armas tomar. Juana sólida y expansiva, voz seca como una rama. Dolores concentrada y frágil, escapándose por las rendijas del dolor. Por separado parecían dos voces similares, pero no funcionaron bien juntas. Espectáculo que prometía pero que no encajó bien, y la gravedad y duende se esfumó en el entorno frívolo de sus palmeros, los monaguillos revoltosos. Quizás demasiado espectacularizado o demasiado familiar? El público ovacionamos hambriento.


Manuel Jiménez Bartolo: 20 años pa tí.

No sabía qué pensar, el hombre borracho de flamenco hasta el éxtasis me dejó perplejo. Parecía sentirse a sí mismo tanto como para olvidar la esencia, Caracoleó por las normas hasta que desapareció la estructura y se volvió blando, superó el punto de cocción. Reconocía lo que veía, pero se diluía. Lo tenía difícil, actuar antes que Israel Galván, fue valiente.


Israel Galván, La Edad de Oro. David Lagos al cante y Alfredo Lagos a la guitarra.

Me hablaron de él en voz baja, como si fuera fruta prohibida o un monstruo temible. Mis expectativas crecían cuando leía sobre él, o le oía tartamudear en documentales. Un minuto de su baile y caes en sus brazos y patas de araña. Un solo minuto, en soledad y en penumbra, y creí ver la verdad, a mi edad, descreído de tantas fes. Hizo conjuros con su cuerpo, movimientos cargados de señales viejas y nuevas, de arranques subliminales, en un terreno onírico entre la fascinación y la mueca.

Como un ciego, Israel ha leído a oscuras la sensibilidad contemporánea y ha dejado que fluya por las venas del flamenco, pausado, mirando de reojo lo soez y la excelencia. Fluidez sobria, ironía, frescura de precisión milimétrica. Sin aspavientos, ni prisas ni vanidades. Hablaba con su cuerpo, decía lo que debía y acto seguido se escondía en la sombra, dejando brillar a sus compañeros. Israel, el nieto favorito del venerable flamenco, sentado en su regazo, le ha tirado de sus barbas y le ha hecho trenzas profanas con gomas de colores. Burlarse del abismo, jugar con lo atávico, templado, seguro, humilde y agradecido. Dejar fluir su realidad. Respeto y mesura tanto en la tradición como en la ruptura. Estirar las reglas hasta el límite, sin llegar a romperlas. Control espontáneo de su cuerpo entallado y algo macarra, grave y luminoso, siempre en su sitio. Placer casi doloroso, momentos de síndrome de Stendhal, vista nublada y falta de oxígeno. No supe si irme para no verle más o morirme en canal.


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