domingo, 23 de mayo de 2010

Festival de Flamenco Ciutat Vella 2010


Sobredosis primaveral de flamenco, tan al norte del corazón.

En general el público recibió todas las actuaciones con entusiasmo milimetrado y previsible, guardando las formas del espectáculo. Nos hemos vuelto máquinas de respuesta homogénea?


19 mayo

Fernando Romero y Juan Carlos Lérida: Era la pieza que abría el festival, enfoque contemporáneo, tiempo inicial de brazos cruzados para desmontar expectativas y estructuras conceptuales. Performance basada en gestos reconocibles de flamenco. Un cantaor versátil y sorprendentemente abierto a experimentar sin renunciar a sí mismo, siempre en su sitio. Una viola de roda y una trompeta sintonizados enhebrando los tiempos y los movimientos con discreción. Dos danzantes, Romero bailarín preciso y limpio como un cutter, Lérida bailaor apasionado como una faca. Cutter frente a faca sin guión reconocible. Cuando la razón falla, sólo nos queda agarrarnos a la emoción. Vibramos, y aplaudimos, sin entender. No hizo falta. Lo mejor del día.


Lebrijano: su nombre resuena a solera y sello de garantía, un clásico que sólo puede mejorar con la edad. Pero no. A veces la edad es cruel, a veces es mejor retirarse aún fulgurante y dejar al mito crecer solo. La potencia de su voz apagándose era un poema nostálgico que me hirió. A veces es mejor olvidar lo que vemos y mantener el brillo limpio del recuerdo. O no, y aceptar nuestra condición humana, y hasta la de los grandes. Se le recibió y despidió con el cariño que la condición humana es capaz de dar.


Somorrostro Danza Flamenca: Un espectáculo de flamenco clásico, que nos recuerda el corset de donde venimos. ¿Por qué no me emocionó si la ejecución era correcta? El duende es caprichoso, y a veces no entiende de esfuerzos, por mucho que uno sude y zapatee.


20 mayo

Tócame las palmas (experimentación): tres mujeres entusiastas muy diferentes, las castañuelas complejas de Belén Cabanes, la espalda y brazos sorprendentes de Montse Sánchez, y las maravillosas cejas puntiagudas y al vuelo de Eli Ayala. Las tres siguiendo la voz, la batería y el bandoneón, tan amable, pidiendo permiso, susurrando y quitándole hierro al asunto. El guiso no me llegó a trabar.


Carmen Linares: ya estábamos a sus pies, junto a sus tacones rojos, a juego con la chaqueta. No hacía falta que hicera mucho, pero lo hizo. Tras templar la voz con la primera canción, fue creciéndose y creciéndose para nosotros a pesar de los problemas técnicos. Nos cubrió de fuego y jazmín, acunándonos con la fuerza y versatilidad de una madre de posguerra, inteligente, humilde, seria o alegre cuando se debe, bien acompañada por sus palmeros y el luminoso guitarrista Salvador Gutiérrez. El milagro por fin ocurrió.


Marco Flores: Lo tenía difícil. Veníamos del cielo, aún estábamos flotando, pensando que el mundo era un lugar intenso y maravilloso. De repente todo volvió a ser real. Me dispersé con sus gestos faciales, sus brazos flojos, su indefinición. Sus enormes manos quisieron hipnotizarme en la penumbra, pero yo acababa de ver un milagro.


21 mayo

Sonia Sánchez e Iván Góngora. Jugando con cosas serias uno se puede quemar. Iván juega con el aire irreflexivo, canalla y fanfarrón. Sonia barajea el dolor, moviéndose con la densidad de la tierra. Ambos resplandecían cuando bailaban juntos, ambos deconstruyendo las estrategias del flamenco para construir otra cosa, usándolo al servicio de otra sensibilidad (o quizás la misma?). Apenas había cohesión en este bloque carcomido con primor por ellos mismos, llenos de presente. Tan jóvenes y tan sabios! Esta vez quien se quemó fui yo. Inesperadamente se oyeron llantos de un niño al fondo, recordándonos lo básico del flamenco, la expresión del dolor y la magia de la vida.


Mayte Martín y Juan Ramón Caro. Una mujer con aspecto de cantaor antiguo y un guitarrista con pinta de heavy. No hizo falta más en el escenario para hacerme derrumbar en lágrimas de dolores viejos. Voz y guitarra retorciéndose como un encaje plateado de hilo fino. Mientras que su voz de hielo y cristal me abría en dos limpiamente, ella seguía sentada frente a mí, sobria y socarrona, con las manos blancas, sin una mancha de mi sangre. Una sobriedad que contagió al auditorio, apenas la jalearon, atentos a la caída líquida de su voz. Lo hizo todo limpiamente y a distancia, respetando profundamente las formas y tradición del flamenco, refugiándose tras la silla cuando saludaba, con una sonrisa que delataba que lo sabía. Y el guitarrista fue su cómplice. Fue ella, quien me hirió, lo juro.


Rocío Molina. No la conocía, pero sí a su fama. La bailaora revelación rompió mis expectativas en cuanto apareció haciendo la jaca: rubia, pequeña, gordeta y pija. Me dejó perplejo y enmarañado con mis prejuicios inútiles. Sobrepuesto, no podía quitar mis ojos de ella en cuanto aparecía. No era real, era un androide con cara de muñequita, con un control absoluto de su cuerpo, con fuerza y precisión maquinal. Puro esplendor geométrico mezclado con una energía sexual no explícita. No bailó flamenco, hizo lo que quiso, porque ella puede hacerlo. Espero que el tiempo no le dé sabiduría y poesía. En caso contrario, estamos perdidos.


Achilifunk. Un rumba Dj animado. Intenté bailar y pasarlo bien, pero no pude. La herida estaba abierta, y no era cuestión de bailar sangrando y fingir que no pasaba nada.


22 mayo

La Chana: Una abuela de pasado poderoso varada por la edad en un sillón barroco, y sin embargo nadie de los que la rodeaban estaba más vivo que ella. Sin moverse del trono zapateó y movió los brazos como ninguna. Sólo el amigo que invocó al final estuvo a su altura: Peret. Sólo él podía cumplir el milagro de hacerla mover sus caderas ancianas. El tedio y pudor anterior fue barrido de golpe con sencillez y saber. La fuerza y el duende les acompaña, aunque no les acompañe el cuerpo.


José de la Tomasa: Hombre recio, piel y sabiduría de campesino, su pañuelo de corazones al cuello, ofreciendo sus tonás como melocotones rojos y aterciopelados a quien quisiera quitarse la sed. Nos sentó a su lado y compartió todo lo que tenía en una mesa gastada, pan denso y crujiente, jamón seco casi negro, olivas rotas con sabor a monte, sal gorda, roscos de anís y aceite. Todo aderezado con su candor personal. Plenitud y sobriedad que no nos sació, a pesar de su generosidad.


Fraskito: Música ligera, como una cena de verano sobre manteles bordados, sin sobresaltos ni entrañas, tan sólo la pimienta profunda de los versos de Miguel Hernández. Un balancín agradable para aterrizar de nuevo en Barcelona.


Rumba Vella: Un final clásico, rumbitas que espantan la muerte. Bailar rodeado de brazos desnudos y caderas cascabeleando. Sólo faltaron unas sardinas y un poco de arena en los pies descalzos.


23 mayo

Al dia siguiente veo los andamios del escenario desmontado del Festival de Flamenco, el esqueleto de la ballena que me ha acogido y alimentado estos cuatro dias. Mi consuelo es que mi recuerdo no puede desmontarse. Todavía.


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