Albión es buena en los negocios, pero no en la pintura, demasiado pragmática y encorsetada, no es extraño que los grandes
fogonazos de esplendor en esta exposición de la Fundación March no sean británicos. De estas obras
estáticas, sedosas pero algo insulsas se escabulle la pintura sublime de
Francis Bacon, Blake o el último Turner, y las tibias excepciones de Lawrence,
Sargent y sobre todo Whistler y Freud, lejos de esa pose, rozando el
escalofrío.
Si renunciamos a la estética y la mística, la
pintura británica es un fascinante reflejo de su sociedad, los amplios escotes
de piel lechosa, los encajes almidonados, el terciopelo y la seda rozando el brillo de
vasijas orientales, sueños californianos detenidos en piscinas solitarias.
Al final acabé jugando con la vegetación que
saltaba de cuadro en cuadro por toda la exposición, del bosque ventoso de
Constable a la granada prerrafaelita, del solemne roble de la Exposición
Universal a la vaporosa arboleda tras Lytton Strachey.
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