Addis me recibió a la vuelta como una vieja conocida, luminosa, cotidiana y llena aún de secretos por compartir. Ahora captaba mejor su carácter y el reflejo de sus provincias.
Los últimos días acaban con compras y museos, restaurantes caros y eventos
culturales de expatriados. Las tiendas de recuerdos
absorben al visitante, ensimismado en sus sueños de exotismo y oculto expolio. El Museo Etnológico fascina tanto por su contenido como por el
continente, el antiguo palacio del enigmático Haile Selassie. Aún pareciendo
buen tipo siempre desconfié de la pompa que le rodea, anacrónica y fuera de lugar.
La calle sigue siendo el lugar donde realmente ocurren cosas, viejos mendigos
con el infortunio marcado en su piel, mujeres de caras tatuadas, dos
ciegos andando muy juntos, refugiados el uno en el otro, una cabra disfrazada de león, dos chavales
con camisetas del Real Madrid y el Barça abrazados. Quizás yo también soy etíope
sin saberlo.
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