El retorno al Mediterráneo era evidente, en Estambul el aire era más
rígido y a la vez más hedonista, esta mezcla de piel y racionalidad también
estaba en el tráfico frío y veloz, en la arquitectura casi germánica y
monumental, en las terrazas acogedoras de los cafés, en las calles transitadas
por olores húmedos y gatos.
El Istanbul Modern es un edificio práctico, por fin un museo que deja
ver sus obras. Su colección es de arte contemporáneo internacional y sobre todo
turco. Viendo sus salas dudo si la globalización empezó con el comercio o fue
el arte el primero en homogeneizarse. Desde el siglo XX parece ser el mismo en
todo el mundo, quizás el proceso se inició eliminando la singularidad
geográfica, luego la cultural y ahora sólo nos queda la singularidad
individual, que absorbe y decide.
Los mercados de Estambul aún siguen siendo orientales, fronteras de Europa
con Asia Central y Oriente Medio, con sus gustos recargados, sabores vivos y
cercanía elegante.
Y Barcelona sigue su proceso de plastificación y maquillado, pronto
hasta el Mediterráneo le pedirá cuentas por renunciar a sus olores y
cicatrices. Suerte que es tan bonita que por ahora cuesta renunciar a ella. Por
ahora.
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