Una
visita no basta para entender el sorprendente hormiguero de edificios, salas,
cuevas y túneles de sus iglesias excavadas, la perplejidad de sus espacios, de su
construcción, de esa luz densa y huidiza, el sentido de estos búnkers de 800
años de antigüedad, cofres fuertes donde la divinidad se refugia.
Las
iglesias de Lalibela son supervivientes capaces de mutar según las horas del
día. Al amanecer la liturgia llena estos templos de fieles y de cánticos suaves
y monótonos, los templos respiran devoción e intimidad familiar. A esa hora la
roca es un espacio vivo, una enorme serpiente sagrada que repta dentro de la
piedra, un telúrico sistema digestivo que engulle creyentes para parirlos
limpios y redimidos.
Durante
el resto del día los fugaces turistas visitamos este sorprendente laberinto
como ratones inquietos y algo asustados. Si de madrugada los rezos empapan la
roca, por la tarde es la estética la que hace vibrar este lugar, y las iglesias
simulan estar detenidas en el tiempo, se muestran dignamente
fotogénicas posando con rigidez de museo, enseñando con cierto pudor sus
venerables arrugas, el esplendor arcaico y algo cansado de su arte.
El
sol entra en pasadizos y cuevas jugando a esconderse por un momento en las
cámaras acorazadas, y los turistas, armados con cámaras creemos apoderarnos de
esa luz que sigue volando libre por Lalibela.
Fantástica descripción? Llegaste a asistir a una misa?
ResponderEliminarGracias! Sí pero siempre desde fuera, estaban abarrotadas! Un día asistí a una celebración maravillosa, llena de cánticos y bailes frenéticos. Pasmosa esa fe! Así yo también aguanto misas!
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