martes, 14 de febrero de 2012

San Valentín en la cuneta

Una prostituta de carretera me recordó que era San Valentín. Este año esquivaba esta fecha como si fuera un dardo envenenado, fingí desdén cuando siempre he sentido indiferencia, me repetía que era una fecha como cualquier otra, que a lo sumo el 14 de febrero era tan sólo el Día Internacional de las Cardiopatías Congénitas. Ejercicios de prestidigitación para despistar a la parte negativa de la mente.

Hasta que la vi. Estaba de pie en el arcén de la carretera, con minifalda y medias negras a pesar del frío, tacones sobre el polvo y gafas de sol de marca. Todo habitual excepto un detalle: la rosa roja envuelta en celofán que llevaba disimulada en la mano. Se sentía incómoda con ella, yendo y viniendo alrededor de la silla encadenada al árbol, hasta que se decidió a esconder cuidadosamente su flor tras un terraplén. Volvió a su puesto recompuesta y sin sentimientos vulnerables, preparada para el mercado laboral.

No me atreví a detenerme para saber más. Por la tarde vi a otras parejas por la ciudad con flores semejantes. Todo el mundo queriendo ser amado, queriendo sentir amor, o al menos simulándolo. Comparadas con aquella flor escondida, estas flores exhibidas perdían fuerza. Aquella mujer en la cuneta y su rosa cuidadosamente guardada me venían todo el rato a la cabeza.

¿Qué historia guarda esa flor? ¿Quién se la regaló? ¿Ella le corresponde? ¿Por qué la escondía? ¿Porqué tanto pudor para el amor y tanto exhibicionismo para el sexo? ¿El amor espanta a los clientes? ¿O la guardaba por intimidad? ¿Por qué las otras mujeres no guardaban su rosa? No paré de hacerme preguntas toda esa tarde.

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