Hoy eran puertas abiertas en el Ayuntamiento
de Barcelona, escenario mullido y brillante del poder local. Dentro se cubre la frialdad con suaves alfombras y rictus de amabilidad, en las paredes las obras de
arte intentan dignificar esos lugares oscuros, tapar las serpientes
desconfiadas que lo cubren todo, quizás por eso nadie se atreve instintivamente
a tocar nada.
En el Salón de las Crónicas la contradicción
de la cultura contemporánea vibra en el montón de muertos de la venganza
catalana y en el sueño colonialista de barcos lejanos. El Salón de Ciento es la
reconstrucción deformada de un sueño, un enorme anuncio publicitario saturado
de ideología.
El poder busca legitimarse a través de la
tradición, y construye su discurso con imágenes del pasado para apuntar al
futuro que les conviene. De nuevo el nacionalismo diciéndonos cómo debe ser la
realidad. Más tarde nos dirán que fuimos nosotros quienes elegimos.
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