En Barcelona estos dos espacios están muy cerquita, ambos fríos, ascéticos, de líneas duras y racionalidad ambigua, ambos creados por dos
alemanes pero cuyas experiencias están separadas por una guerra mundial. Esa distancia puede explicar sus vibraciones tan diferentes.
El Pabellón Mies van der Rohe es un espacio
ligero hecho para ser recorrido por el viento y para que la luz detenga su
reflejo por esas salas, allí las hojas caídas de los árboles se pasean de
puntillas y nuestro cerebro se amuebla con números áureos y órdenes
posibles, matemática tan elegante que echa a volar, porque a pesar de su
quietud es un espacio para transitar.
El “Espacio de dolor” de Beuys es un agujero
negro, tan telúrico y claustrofóbico que los visitantes no aguantan más de medio
minuto en él. Entrar aquí es saltar desde las alturas de la vida para caer
pesadamente en un suicidio virtual, supone la
negación de la carne que al entrar queda rígida y abierta en canal dentro
de una cámara frigorífica, la vida se desploma solidificada a nuestros pies y
la paz nos anega por ese abandono de la esperanza.
Caixafórum Barcelona mantiene incomprensiblemente cerrada esta rara perla negra, su Fundación compró la instalación, pero comprar no significa poseer, sino custodiar. Ahora la ha abierto al público temporalmente, ¿por qué no hacerlo con cierta frecuencia? Esa ermita de soledad es necesaria en la bulliciosa Barcelona, ese agobiante espacio de peregrinaje es necesario en el luminoso Mediterráneo.
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