Este año no disimulé mi candidez y corrí a vivir de cerca a la Cabalgata
de Reyes. La observación participante a veces muestra lo que de lejos no se ve, los adultos inoculando la tradición a golpe de caramelo, el
poder fomentando esta tradición, y sanitarios y policías cuidando de la seguridad, pero ¿y
sus armas? Hoy esas pistolas deberían de ser de
chocolate. ¿El pragmatismo debe ser incoherente?
En Colombia me sobrecogía ver a niños jugando alrededor de hombres armados, las dos energías se enlazaban confusas en las calles de tierra, las risas infantiles y la vigilancia áspera del policía. Dos actitudes diferentes, una volando, otra desconfiando, quizás las dos necesarias, aletear dentro de una jaula.
En Colombia me sobrecogía ver a niños jugando alrededor de hombres armados, las dos energías se enlazaban confusas en las calles de tierra, las risas infantiles y la vigilancia áspera del policía. Dos actitudes diferentes, una volando, otra desconfiando, quizás las dos necesarias, aletear dentro de una jaula.
Esta noche la imaginación desfilaba frente a las pistolas enfundadas y preparadas, una noche de magia
protegida por balas afiladas, la ilusión bien escoltada. La violencia subyace
en el candado que protege sueños y utopías, la esquizofrenia de esta sociedad
surgiendo desde las bases de sus anhelos. Quizás mi niño interior debió seguir siendo furtivo para no ver la jaula.
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